El legado oculto del traductor británico de “Mi lucha”: Intriga y responsabilidad

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En la convulsa Europa de la década de 1930, cuando el mundo apenas comenzaba a comprender la magnitud del fenómeno nazi, un periodista y traductor irlandés se embarcó en una tarea que marcaría su vida de manera definitiva: traducir al inglés el controvertido manifiesto de Adolf Hitler, Mein Kampf. Su nombre era James Murphy, un hombre erudito, políglota y apasionado por el saber, cuya participación en este episodio histórico ha permanecido en la periferia de los grandes relatos del siglo XX. No obstante, su papel es fundamental para comprender cómo se formó la conciencia internacional sobre los peligros del nazismo previo a la Segunda Guerra Mundial.

Murphy no era nazi, ni simpatizante del régimen. Su motivación era mucho más pragmática y, a la vez, profundamente ética: creía que el mundo necesitaba saber qué pensaba Hitler, de forma clara, directa y sin distorsiones. En un momento en que las versiones oficiales del libro circulaban manipuladas o incompletas, su objetivo fue producir una traducción íntegra y comprensible, capaz de reflejar la ideología que comenzaba a consolidarse como una amenaza global.

Una vida entre Berlín y Londres

James Murphy se trasladó a Berlín en 1929, donde fundó El Foro Internacional, una revista dedicada al pensamiento europeo contemporáneo. Durante su estancia en Alemania, conoció de cerca la evolución del clima político, lo que lo llevó a escribir un pequeño volumen titulado Adolf Hitler: el drama de su carrera, en un intento de explicar el atractivo del nacionalsocialismo para muchos alemanes.

Sin embargo, su mirada crítica hacia las traducciones oficiales del régimen lo empujó a emprender su propio proyecto. En 1936, fue invitado por los nazis a traducir la versión completa de Mein Kampf, un gesto que sorprende, pero que probablemente respondía al deseo del Ministerio de Propaganda de contar con una edición inglesa controlada por ellos. No obstante, esa colaboración fue interrumpida abruptamente un año después, cuando el manuscrito fue confiscado y Murphy vetado de volver a Alemania.

Entre censura, espionaje y una carrera contra el tiempo

La historia de la publicación de la traducción de Murphy es una verdadera trama de intriga internacional. Tras ser rechazado por el régimen nazi, el traductor regresó a Londres con la esperanza de encontrar apoyo editorial. Aunque las dudas sobre los derechos de autor complicaban el panorama, su esposa, Mary Murphy, asumió un papel determinante. Viajó a Berlín en su lugar, justo después de la Noche de los Cristales Rotos, y logró recuperar una copia del manuscrito gracias a la ayuda de una secretaria inglesa.

En marzo de 1939, esta edición integral, sin censura ni propaganda, se publicó en el Reino Unido, solo unos meses antes de que comenzara la guerra. En cuestión de semanas, el libro se transformó en un éxito editorial, logrando vender decenas de miles de ejemplares y distribuyéndose ampliamente antes de que los bombardeos alemanes destruyeran las imprentas que lo fabricaban.

Curiosamente, esta edición británica fue editada sin fines de lucro: todas las regalías fueron destinadas a la Cruz Roja Británica, lo que reafirma el carácter no ideológico del proyecto de Murphy. El libro se presentó como un documento de advertencia, una herramienta para desenmascarar el verdadero rostro del imperialismo alemán.

Un relato con cara humana

Más allá de las estadísticas antiguas y de los números de ventas, la historia de James Murphy toma vida a través de las voces de su familia y de las personas que trabajaron con él. Su colega en Berlín, Greta Lorcke —quien después fue identificada como integrante del grupo soviético de espionaje denominado “la Orquesta Roja”—, tenía importantes dudas sobre el proyecto, pero finalmente lo respaldó después de recibir la aprobación de sus enlaces soviéticos. La instrucción era evidente: Mein Kampf debía ser conocido completamente, ya que muchas de las ediciones disponibles excluían los fragmentos más controversiales.

La historia personal de Murphy se entrelaza con la gran historia de Europa, marcada por conflictos, espionaje y propaganda. Fue un intelectual que, sin saberlo, se convirtió en pieza clave del esfuerzo por desenmascarar el pensamiento totalitario, aun cuando ello no le trajo reconocimiento ni beneficios económicos. A pesar del éxito de su obra, nunca recibió regalías, y fue objeto de ataques desde el propio régimen nazi, que desautorizó públicamente su traducción.

La herencia de un hombre en penumbra

James Murphy falleció en 1946, poco después del fin de la guerra, sin haber sido testigo del impacto duradero de su trabajo. Su traducción, hoy fuera de circulación oficial, sigue siendo consultada por estudiosos, historiadores y bibliotecas especializadas. En la Biblioteca Wiener de Londres se conserva un ejemplar firmado por el propio Hitler, un testimonio inquietante de la época que Murphy intentó explicar con rigor y lucidez.

La historia de este traductor irlandés no solo revela un episodio poco conocido del periodo de entreguerras, sino que invita a reflexionar sobre el papel de la palabra escrita en la formación de la conciencia colectiva. Traducir, en ese contexto, fue un acto de resistencia, de claridad frente al fanatismo, y una apuesta por la verdad en medio de un mundo al borde del abismo.

Hoy, al mirar hacia atrás, su labor adquiere un nuevo valor: el de haber alertado, con herramientas intelectuales, sobre un horror que todavía estaba por venir. Y aunque su nombre pueda no figurar en los libros de historia como protagonista, su trabajo contribuyó a que el mundo pudiera conocer de primera mano lo que el nazismo realmente representaba.

Por: Pedro Alfonso Quintero J.

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