¿Será el turno de una Presidenta en la historia de Chile?

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A más de un año de las elecciones presidenciales de 2025, el escenario político en Chile empieza a vislumbrar candidaturas potenciales, y una mujer nuevamente atrae la atención de los votantes. La chance de que el país elija a su segunda presidenta en la historia se define como uno de los temas centrales del debate electoral, en un contexto donde la representación femenina en los ámbitos de poder toma cada vez más importancia.

Con el recuerdo aún presente de la administración de la primera mujer en alcanzar La Moneda, el debate sobre la posibilidad de otra presidenta no solo se centra en el simbolismo de género, sino también en un análisis detallado del estilo de liderazgo que exigen los tiempos modernos. La población, influenciada por la experiencia reciente de crisis institucional, intentos fallidos de reforma constitucional y una creciente desconfianza hacia la clase política, parece cada vez más receptiva a líderes que representen renovación, determinación y una visión inclusiva del país.

Entre los nombres que suenan con mayor fuerza en las conversaciones políticas y encuestas está el de una figura que ha emergido con respaldo sostenido, tanto en sectores progresistas como en franjas moderadas del electorado. Su perfil técnico, combinado con una postura clara en temas sociales, ha captado la atención del público, particularmente en un contexto donde los desafíos económicos, la seguridad y las demandas por mayor equidad siguen estando entre las principales preocupaciones ciudadanas.

El incremento de liderazgos femeninos no es un caso único en la zona. En tiempos recientes, diferentes países de América Latina han visto una expansión en el campo político para las mujeres, promovida tanto por la acción social como por leyes que apoyan la igualdad. En Chile, a pesar de que se han alcanzado progresos significativos en la implicación política de las mujeres —como en el Congreso, ayuntamientos y gobiernos regionales—, la presidencia sigue representando un símbolo de límite invisible que todavía no ha sido completamente roto.

La eventual llegada de una nueva presidenta podría implicar un giro en el modo de hacer política, con un enfoque más horizontal, dialogante y atento a las necesidades de sectores históricamente relegados. Sin embargo, no está exenta de desafíos. La polarización, el descrédito de los partidos tradicionales y la fragmentación del electorado representan obstáculos significativos que cualquier candidatura deberá sortear para consolidarse.

El debate en torno a una posible presidenta también reabre discusiones sobre el papel de la mujer en la toma de decisiones públicas, el liderazgo en tiempos de crisis y la importancia de construir proyectos políticos sólidos más allá de los liderazgos individuales. En este sentido, no basta con la dimensión simbólica de una candidatura femenina: el electorado exigirá propuestas claras, capacidad de gestión y una lectura precisa del momento que atraviesa el país.

Por otra parte, se observa un cambio en la manera en que se elaboran las campañas. Las nuevas candidatas no solo usan su condición de mujeres como punto a favor en las elecciones, sino que también integran de forma estratégica temas delicados como la reforma del sistema de pensiones, la seguridad pública, el sistema sanitario, la recuperación económica y el cuidado ambiental. Esto refleja un desarrollo en el lenguaje político de género, que ya no se centra solo en la representación, sino que se presenta como un plan integral de gobierno.

La contienda presidencial de 2025 sigue sin un claro favorito, y muchos candidatos empezarán a definirse con más precisión en los próximos meses. Sin embargo, lo que ya se nota es que una mujer se está destacando notablemente en la opinión pública, y su posible llegada a La Moneda podría representar un nuevo logro en la historia política de Chile. La cuestión ya no es si una mujer puede alcanzar la presidencia, sino si existe la madurez política, social y cultural suficiente para que eso suceda sin que se considere su género como una excepción, sino como una manifestación natural de la democracia.

Por: Pedro Alfonso Quintero J.

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